Cómo y por qué formarte en la gestión de equipos de trabajo y liderazgo

El liderazgo en la gestión de equipos es, a día de hoy, uno de los aspectos más importantes en las labores corporativas y de dirección de empresas. Los empleados han pasado de ser meras fichas de un engranaje funcional para convertirse en fuentes directas de acción y talento.

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Los altos directivos y los gerentes de empresas deben estar preparados para este nuevo modelo de gestión, en el que cobran especial relevancia las estrategias grupales.

Pero el trabajo en equipo no sólo consiste en la reunión de unos cuantos miembros; es mucho más complejo que eso, y requiere de unas habilidades especiales que es necesario desarrollar para la puesta en marcha de ciertas estrategias.

Un MBA sobre la gestión directiva es una excelente herramienta para todos aquellos que deseen adquirir nuevas habilidades de gestión de equipos, así como profundizar en conceptos afines: liderazgo, estrategias de comunicación, talento y conocimientos.

 

 

Autoconocimiento. Cómo formarse para ser un líder

El objetivo de un líder es obtener el máximo rendimiento de sus colaboradores. Por eso, cualquier formación sobre liderazgo debe apuntar al descubrimiento de ciertas habilidades sociales en la persona que aspira a encabezar un grupo de trabajo. Si bien es cierto que existen varios tipos de líderes, en esencia se trata de una figura que debe tener claros algunos aspectos.

  • Confianza en sí mismo: nadie puede liderar a otros si no está convencido de su papel. Un buen líder debe saber quién es, cuáles son sus objetivos y cómo llevarlos a la práctica. Y lo más importante, saber transmitirlo.
  • Decisión: alguien que dude de sus decisiones no está llamado a dirigir un equipo, pues el valor de un líder consiste, justamente, en su habilidad para encarar los retos que son propios de la gestión.
  • Autodominio: el líder que no respeta sus propios límites se convierte en una referencia negativa para las personas que pretende dirigir.
  • Sentido de justicia: significa el reconocimiento de fallos y virtudes en sí mismo y en los otros. Un líder sin sentido de la justicia difícilmente podrá ser valorado por sus colaboradores y promoverá un ambiente desigual.
  • Trabajo constante: en el ADN de todo líder está inscrita la facultad de trabajar más que el resto de sus colaboradores. Por algo se trata de un líder: el que hace más.
  • Empatía: de nada sirve un líder firme, decidido y que trabaje mucho si, en los momentos más importantes de un proyecto, no sabe escuchar a sus colaboradores. El buen líder debe tener una escucha activa y saber empatizar con los otros.
  • Sentido de cooperación: el buen líder inculca la colaboración mutua entre sus trabajadores. El extremo opuesto es cuando da prioridad a las virtudes individuales antes que a los objetivos comunes. Su labor debe consistir en gestionar adecuadamente los talentos individuales y ponerlos al servicio del conjunto.
  • Autocrítico: cuando un colaborador comete un error, el líder asume que, al estar el proceso bajo su mando, parte de esa responsabilidad le corresponde. Esta actitud es propia de los líderes con un alto sentido de la responsabilidad y la autocrítica.

 

Una buena comunicación: puerta de entrada al éxito

Adicionalmente, el directivo que aspire a liderar un grupo corporativo debe tener claro que parte de los procesos que condicionan su papel tienen que ver con los mensajes que emite y, sobre todo, con las estrategias que emplea para hacerlo. Veamos algunas funciones de la comunicación relacionadas con el liderazgo:

  • Ayuda a los empleados a entender los objetivos comunes.
  • Explica las estrategias que se pondrán en marcha.
  • Define los roles y los límites de cada uno de los miembros.
  • Permite la fluidez de información en las diversas etapas del proceso.

 

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1 comentario

XABIER SORIA

18 marzo, 2015 18:19

Interesante artículo, sin embargo creo que un líder no se crea, sino que se hace.
Me parece muy interesante el punto del «Sentido de la Cooperación», siempre y cuando se potencien las virtudes del individuo en beneficio del grupo y no al revés, ya que puede causar que alguno «se esconda» y acabe lastrando al grupo a largo plazo como si de una manzana podrida se tratase. Es decir, que el líder gestione para máximizar el rendimiento del grupo pero desde el individuo sí, pero que el líder intervenga para el bien del grupo aunque ello conlleve la exclusión del individuo no.

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